miércoles, mayo 03, 2006

Una aguja en un pajar

Lo que costaba encontrar algún material gráfico de apoyo para poner manos a la obra sólo puede compararse con las dificultades que implica encontrar una aguja en un pajar. Como no era nada fácil conseguir revistas porno en nuestro país, no quedaba otra que conseguirse un amigo que hubiera viajado a Europa y traído una de allá. Pero, aun con la revista en la mano, el acceso a sus fotos seguía siendo imposible: una censuradora cinta adhesiva negra venía pegada justo en las partes femeninas que uno quería observar. Claro que se podía arrancar la cinta para dejar al descubierto lo que tanto se ansiaba ver, pero entonces también se arrancaba lo que estaba abajo: en lugar del esperado culo, sólo quedaba a la vista un agujero en la hoja. El único agujero que uno no tenía interés en contemplar.
Podía ocurrir también que algún compañero de escuela nos asegurara que un primo lejano de un amigo lejano había visto una película pornográfica en Super 8 traída de los Estados Unidos: cinco minutos de duración, sin sonido, en blanco y negro. Una gloria. Para el que tenía la suerte de verla, claro.
El resto debía conformarse con llevar al baño una foto de Zulma Faiad en bikini sacada de la TV Guía o una similar de Nélida Lobato en la Radiolandia. Y cuán grande era la felicidad si dicha bikini era al crochet: con la ayuda de una lupa uno podía darse el gusto de casi entrever un pezón. Cómo olvidar aquella de Karin Pistarini saliendo del mar, monumental, la compañera perfecta para nuestro solitario acto, salvo por el detalle de que ella no estaba sola en el retrato sino acompañada por sus dos pequeños hijos, tomados uno de cada mano. Claro que la foto se podía recortar, pero entonces se volvía imposible la concentración por el conflicto moral de lo que se acababa de hacer con la tijera.
Uno tenía sus principios.


De la columna sobre la masturbación escrita por Mex Urtizberea para la Playboy de Brédice (nº 2).
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