miércoles, mayo 17, 2006

Retrospectiva

Algunas noches cuando mi chica no está yo me toco. Sí, me toco y la verdad, lo disfruto mucho. Entiendo que es algo más personal que el sexo, es como si uno pudiera elegir sin limitaciones dónde y con quién estar y, sobre todo, en qué situación. Como decía mi amigo P: “No sabes la cantidad de minas que me garché yo, cierro los ojos y me las cojo a todas”. Cualquier cosa es posible en esos momentos, no hay techo para la imaginación, recuerdo haber tenido orgasmos mucho mejores entre las paredes de mi baño que en otros insulsos encuentros con desconocidas, seguidos del clásico deseo de salir volando por la ventana con el forro puesto. Recuerdo también aquella típica sentencia de los mayores que uno: “no sabes lo que vas a coger cuando tengas xxx años, te vas a cansar” que agregaba, en muchos casos, que la masturbación era una etapa destinada a perecer indefectiblemente. Años más tarde nos reiríamos mucho de todo esto con uno de mis hermanos, no solamente porque la parte de tener sexo hasta el cansancio nunca llegaba (al menos en nuestro caso) sino también porque cada día nos volvíamos más onanistas, sobre todo a partir de que mi viejo decidió contratar los servicios del canal venus (de tal palo...), que de allí a esta parte me ha acompañado siempre. Algunas noches no muy lejanas, ya viviendo solo y con decodificador adaptado por experto changarín, hasta he desistido de alguna que otra velada sin rastros de futuro encuentro sexual a la vista, oteando el reloj de algún amigo (no tengo uno por propia decisión) para calcular mi arribo frente a la pantalla antes de las 6 de la matina (horario en que finaliza la emisión del explícito canal). Y me ha pasado de llegar sobre el pucho y ver transformarse una monumental cogida en una estúpida clase de aerobics, qué dolor de huevos. Otras veces he amanecido solo y desnudo en mi cama, con el televisor encendido y el trabajo sin terminar, generalmente cuando la noche anterior había llegado con unas copas de más en el cuerpo o bien por tratarse del viernes final de una semana agotadora. Lo cierto es que nunca he podido abandonar la práctica, sí he tenido largos períodos de abstinencia, especialmente al inicio de alguna convivencia sexualmente intensa pero, siempre siempre (al menos hasta ahora) he vuelto al primer amor. De chico pensaba, tal vez influido por mi reprimida educación católica, que las cosas me salían mal luego de masturbarme, es decir, al ser pecado, dios dejaba de ayudarme o protegerme cuando me tocaba. Cualquier cosa mala que me pasara (y siempre fui un tanto fatalista, de ver fantasmas en todos lados) se la atribuía a la última paja que me había echado. Corría entonces a confesarme a la iglesia más cercana e intentaba, sin mucho éxito, dejar el vicio para siempre (como hago ahora cada lunes con el cigarrillo). Un buen día, alejado ya sin retorno de la práctica religiosa, le escuché responder a un pintoresco actor que en ese entonces gozaba de mi admiración y respeto, una pregunta acerca de la masturbación. El tipo dijo algo así como: “Por supuesto que me masturbo, lo hago habitualmente, una cosa es el sexo y otra muy distinta la masturbación, es como cocinarte o ir a comer afuera”. No digo que fue una revelación pero si el galán este, de unos 40 años hasta ahí y probablemente con una tropilla de candidatas a su disposición, seguía acogotando la gallina, gran parte de mis dudas podían disiparse sin ningún complejo.

Web Counter
Free Hit Counter